Escuchar en voz Lección 121 He aquí la respuesta a tu búsqueda de paz. He aquí lo
que le dará significado a un mundo que no parece tener sentido. He aquí
la senda que conduce a la seguridad en medio de aparentes peligros que
parecen acecharte en cada recodo del camino y socavar todas tus
esperanzas de poder hallar alguna vez paz y tranquilidad. Con esta idea
todas tus preguntas quedan contestadas; con esta idea queda asegurado de
una vez por todas el fin de la incertidumbre. La mente que no perdona vive atemorizada, y no le da
margen al amor para ser lo que es ni para que pueda desplegar sus alas
en paz y remontarse por encima de la confusión del mundo, La mente que
no perdona está triste, sin esperanzas de poder hallar alivio o
liberarse del dolor. Sufre y mora en la aflicción, merodeando en las
tinieblas sin poder ver nada, convencida, no obstante, de que el peligro
la acecha allí, La mente que no perdona vive atormentada por la duda,
confundida con respecto a sí misma y a todo lo que ve; atemorizada y
airada, débil y presumida, tan temerosa de seguir adelante como de
quedarse donde está, de despertar como de irse a dormir. tiene miedo
también de cada sonido que oye, pero todavía más del silencio; la
obscuridad la aterra, más la proximidad de la luz la aterra todavía más.
¿Qué puede percibir la mente que no perdona sino su propia condenación?
¿Que puede contemplar sino la prueba de que todos sus pecados son
reales? La mente que no perdona no ve errores, sino pecados.
Contempla el mundo con ojos invidentes y da alaridos al ver sus propias
proyecciones alzarse para arremeter contra la miserable parodia que es
su vida. Desea vivir, sin embargo, anhela estar muerta. Desea el perdón,
sin embargo, ha perdido toda esperanza. Desea escapar, sin embargo, no
puede ni siquiera concebirlo, pues ve pecado por doquier. La mente que no perdona vive desesperada, sin la menor
esperanza de que el futuro pueda ofrecerle nada que no sea
desesperación. Ve sus juicios con respecto al mundo, no obstante, como
algo irreversible, sin darse cuenta de que se ha condenado a si misma a
esta desesperación. No cree que pueda cambiar, pues lo que ve da
testimonio de que sus juicios son acertados. No pregunta, pues cree
saber. No cuestiona, convencida de que tiene razón. El perdón es algo que se adquiere. No es algo
inherente a la mente, la cual no puede pecar. Del mismo modo en que el
pecado es una idea que te enseñaste a ti mismo, así el perdón es algo
que tienes que aprender, no de ti mismo, sino del Maestro que representa
a tu otro Ser. A través de Él aprendes a perdonar al ser que crees haber
hecho, y dejas que desaparezca. Así es como le devuelves tu mente en su
totalidad a Aquel que es tu Ser y que jamás puede pecar. Cada mente que no perdona te brinda una oportunidad
más de enseñarle a la tuya cómo perdonarse a sí misma. Cada una de ellas
está esperando a liberarse del infierno a través de ti, y se dirige a ti
implorando el Cielo aquí y ahora No tiene esperanzas, pero tú te
conviertes en su esperanza. Y al convertirte en su esperanza, te vuelves
la tuya propia. La mente que no perdona tiene que aprender, mediante tu
perdón, que se ha salvado del infierno. Y a medida que enseñes
salvación, aprenderás lo que es. Sin embargo, todo cuanto enseñes y todo
cuanto aprendas no procederá de ti, sino del Maestro que se te dio para
que te mostrase el camino. Nuestra práctica de hoy consiste en aprender a
perdonar. Si estás dispuesto, hoy puedes aprender a aceptar la llave de
la felicidad y a usarla en beneficio propio. Dedicaremos diez minutos
por la mañana y otros diez por la noche a aprender cómo otorgar perdón y
también cómo recibirlo. La mente que no perdona no cree que dar y recibir sean
lo mismo. Hoy trataremos, no obstante, de aprender que son uno y lo
mismo practicando el perdón con alguien a quien consideras un enemigo,
así como con alguien a quien consideras un amigo. Y a medida que
aprendas a verlos a ambos como uno solo, extenderemos la Lección hasta
ti y veremos que su escape supone el tuyo. Comienza las sesiones de práctica más largas pensando
en alguien que no te cae bien, alguien que parece irritarte y con quien
lamentarías haberte encontrado; alguien a quien detestas vehementemente
o que simplemente tratas de ignorar. La forma en que tu hostilidad se
manifiesta es irrelevante. Probablemente ya sabes de quién se trata. Ese
mismo vale. Cierra ahora los ojos y, visualizándolo en tu mente,
contémplalo por un rato. Trata de percibir algún atisbo de luz en alguna
parte de él, algún pequeño destello que nunca antes habías notado. Trata
de encontrar alguna chispa de luminosidad brillando a través de la
desagradable imagen que de él has formado. Continúa contemplando esa
imagen hasta que veas luz en alguna parte de ella, y trata entonces de
que esa luz se expanda hasta envolver a dicha persona y transforme esa
imagen en algo bueno y hermoso. Contempla esta nueva percepción por un rato, y luego
trae a la mente la imagen de alguien a quien consideras un amigo. Trata
de transferirle a éste la luz que aprendiste a ver en torno de quien
antes fuera tu "enemigo". Percíbelo ahora como algo más que un amigo,
pues en esa luz su santidad te muestra a tu salvador, salvado y
salvando, sano e integro. Permite entonces que él te ofrezca la luz que ves en
él, y deja que tu "enemigo" y tu amigo se unan para bendecirte con lo
que tú les diste. Ahora eres uno con ellos, tal como ellos son uno
contigo. Ahora te has perdonado a ti mismo. No te olvides a lo largo del
día del papel que juega la salvación en brindar felicidad a todas las
mentes que no perdonan, incluyendo la tuya. Cada vez que el reloj dé la
hora, di para tus adentros: El perdón es la llave de la felicidad. Despertaré del sueño de que soy mortal, falible y
lleno de pecado, y sabré que soy el perfecto Hijo de Dios.
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