Escuchar en voz Lección 151 Nadie puede juzgar basándose en pruebas parciales. Eso
no es juzgar. Es simplemente una opinión basada en la ignorancia y en la
duda. Su aparente certeza no es sino una capa con la que pretende
ocultar la incertidumbre. Necesita una defensa irracional porque es
irracional. Y la defensa que presenta parece ser muy sólida y
convincente, y estar libre de toda duda debido a todas las dudas
subyacentes. No pareces poner en tela de juicio el mundo que ves.
No cuestionas realmente lo que te muestran los ojos del cuerpo. Tampoco
te preguntas por qué crees en ello, a pesar de que hace mucho tiempo que
te diste cuenta de que los sentidos engañan. El que creas lo que te
muestran hasta el último detalle es todavía más extraño si te detienes a
pensar con cuánta frecuencia su testimonio ha sido erróneo. ¿Por qué
confías en ellos tan ciegamente? ¿No será por la duda subyacente que
deseas ocultar tras un alarde de certeza? ¿Cómo ibas a poder juzgar? Tus juicios se basan en el
testimonio que te ofrecen los sentidos. No obstante, jamás hubo
testimonio más falso que ése. Mas ¿de qué otra manera excepto ésa,
juzgas al mundo que ves? Tienes una fe ciega en lo que tus ojos y tus
oídos te informan. Crees que lo que tus dedos tocan es real y que lo que
encierran en su puño es la verdad. Esto es lo que entiendes, y lo que
consideras más real que aquello de lo que da testimonio la eterna Voz
que habla por Dios Mismo. ¿A eso es a lo que llamas juzgar? Se te ha exhortado
en muchas ocasiones a que te abstengas de juzgar, mas no porque sea un
derecho que se te quiera negar. No puedes juzgar. Lo único que puedes
hacer es creer en los juicios del ego, los cuales son todos falsos. El
ego dirige tus sentidos celosamente, para probarte cuán débil eres, cuán
indefenso y temeroso, cuán aprehensivo del justo castigo, cuán
ennegrecido por el pecado y cuán miserable por razón de tu culpabilidad. El ego te dice que esa cosa de la que él te habla, y
que defendería a toda costa, es lo que tú eres. Y tú te lo crees sin
ninguna sombra de duda. Mas debajo de todo ello yace oculta la duda de
que él mismo no cree en lo que con tanta convicción te presenta como la
realidad. Es únicamente a sí mismo a quien condena. Es en sí mismo donde
ve culpabilidad. Es su propia desesperación lo que ve en ti. No prestes oídos a su voz. Los testigos que te envía
para probarte que su propia maldad es la tuya, y que hablan con certeza
de lo que no saben, son falsos. Confías en ellos ciegamente porque no
quieres compartir las dudas que su amo y señor no puede eliminar por
completo. Crees que dudar de sus vasallos es dudar de ti mismo. Sin embargo, tienes que aprender a dudar de que las
pruebas que ellos te presentan puedan despejar el camino que te lleva a
reconocerte a ti mismo, y dejar que la Voz que habla por Dios sea el
único Juez de lo que es digno que tú creas. Él no te dirá que debes
juzgar a tu hermano basándote en lo que tus ojos ven en él, ni en lo que
la boca de su cuerpo le dice a tus oídos o en lo que el tacto de tus
dedos te informa acerca de él. Él ignora todos esos testigos, los cuales
no hacen sino dar falso testimonio del Hijo de Dios. Él reconoce sólo lo
que Dios ama, y en la santa luz de lo que Él ve todos los sueños del ego
con respecto a lo que tú eres se desvanecen ante el esplendor que Él
contempla. Deja que Él sea el juez de lo que eres, pues en Su
certeza la duda no tiene cabida, ya que descansa en una Certeza tan
grande que ante Su faz dudar no tiene sentido. Cristo no puede dudar de
sí mismo. La Voz que habla por Dios puede tan sólo honrarle y deleitarse
en Su perfecta y eterna impecabilidad. Aquel a quien Él ha juzgado no
puede sino reírse de la culpabilidad, al no estar dispuesto ya a seguir
jugando con los juguetes del pecado, ni a hacerle caso a los testigos
del cuerpo al encontrarse extático ante la santa faz de Cristo. Así es como Él te juzga. Acepta Su Palabra con
respecto a lo que eres, pues Él da testimonio de la belleza de tu
creación y de la Mente Cuyo Pensamiento creó tu realidad. ¿Qué
importancia puede tener el cuerpo para Aquel que conoce la gloria del
Padre y la del Hijo? ¿Podrían acaso los murmullos del ego llegar hasta
Él? ¿Qué podría convencerle de que tus pecados son reales? Deja asimismo
que Él sea el juez de todo lo que parece acontecerle en este mundo. Sus
lecciones te permitirán cerrar la brecha entre las ilusiones y la
verdad. Él eliminará todo vestigio de fe que hayas depositado
en el dolor, los desastres, el sufrimiento y la pérdida. Él te concede
una visión que puede ver más allá de estas sombrías apariencias y
contemplar la dulce faz de Cristo en todas ellas. Ya no volverás a dudar
de que lo único que te puede acontecer a ti a quien Dios ama, son cosas
buenas, pues Él juzgará todos los acontecimientos y te enseñará la única
Lección que todos ellos encierran. El seleccionará los elementos en ellos que representan
la verdad, e ignorará aquellos aspectos que sólo reflejan sueños fútiles
Y re-interpretará desde el único marco de referencia que tiene, el cual
es absolutamente íntegro y seguro, todo lo que veas, todos los
acontecimientos, circunstancias y sucesos que de una manera u otra
parezcan afectarte. Y verás el amor que se encuentra más allá del odio,
la inmutabilidad en medio del cambio, lo puro en el pecado y, sobre el
mundo, únicamente la bendición del Cielo. Tal es tu resurrección, pues tu vida no forma parte de
nada de lo que ves. Tu vida tiene lugar más allá del cuerpo y del mundo,
más allá de todos los testigos de lo profano, dentro de lo Santo, y es
tan santa como Ello Mismo. En todo el mundo y en todas las cosas Su Voz
no te hablará más que de tu Creador y de tu Ser, el Cual es uno con Él.
Así es como verás la santa faz de Cristo en todo, y como oirás en ello
el eco de la Voz de Dios. Hoy practicaremos sin palabras, excepto al principio
del período que pasamos con Dios. Introduciremos estos momentos con una
repetición lenta del pensamiento con el que comienza el día. Después
observaremos nuestros pensamientos, apelando silenciosamente a Aquel que
ve los elementos que son verdad en ellos. Deja que Él evalúe todos los
pensamientos que te vengan a la mente, que elimine de ellos los
elementos de sueño y que te los devuelva en forma de ideas puras que no
contradicen la Voluntad de Dios. Ofrécele tus pensamientos, y Él te los devolverá en
forma de milagros que proclaman jubilosamente la plenitud y la felicidad
que como prueba de Su Amor eterno Dios dispone para Su Hijo. Y a medida
que cada pensamiento sea así transformado, asumirá el poder curativo de
la Mente que vio la verdad en él y no se dejó engañar por lo que había
sido añadido falsamente. Todo vestigio de fantasía ha desaparecido. Y lo
que queda se unifica en un Pensamiento perfecto que ofrece su perfección
por doquier. Pasa así quince minutos al despertar, y dedica
gustosamente quince más antes de irte a dormir. Tu ministerio dará
comienzo cuando todos tus pensamientos hayan sido purificados. Así es
como se te enseña a enseñarle al Hijo de Dios la santa Lección de su
santidad. Nadie puede dejar de escuchar cuando tú oyes la Voz que habla
por Dios rendirle honor al Hijo de Dios. Y todos compartirán contigo los
pensamientos que Él ha re-interpretado en tu mente. Tal es tu Pascua. Y de esa manera depositas sobre el
mundo la ofrenda de azucenas blancas como la nieve que reemplaza a los
testigos del pecado y de la muerte. Mediante tu transfiguración el mundo
se redime y se le libera jubilosamente de la culpabilidad. Ahora
elevamos nuestras mentes resurrectas llenos de gozo y agradecimiento
hacia Aquel que nos restituyó la cordura. Y recordaremos cada hora a Aquel que es la salvación y
la liberación. Y según damos las gracias, el mundo se une a nosotros y
acepta felizmente nuestros santos pensamientos, que el Cielo ha
corregido y purificado. Ahora por fin ha comenzado nuestro ministerio,
para llevar alrededor del mundo las buenas nuevas de que en la verdad no
hay ilusiones, y de que, por mediación nuestra, la paz de Dios les
pertenece a todos. COMPARTIR CON UN AMIGO/A:
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