Escuchar en voz Lección 183 El Nombre
de Dios es sagrado, pero no es más sagrado que el tuyo. Invocar Su
Nombre es invocar el tuyo. Un padre le da su nombre a su hijo y, de este
modo, identifica a su hijo con él. Sus hermanos comparten su nombre y,
así, están unidos por un vinculo en el que encuentran su identidad. El
Nombre de tu Padre te recuerda quién eres incluso en un mundo que no lo
sabe, e incluso cuando tú mismo no lo has recordado. El Nombre
de Dios no puede ser oído sin que suscite una respuesta, ni pronunciado
sin que produzca un eco en la mente que te exhorta a recordar. Di Su
Nombre, y estarás invitando a los ángeles a que rodeen el lugar en el
que te encuentras, a cantarte según despliegan sus alas para mantenerte
a salvo y a protegerte de cualquier pensamiento mundano que quisiera
mancillar tu santidad. Repite el
Nombre de Dios, y el mundo entero responderá abandonando las ilusiones.
Todo sueño que el mundo tenga en gran estima de repente desaparecerá, y
allí donde parecía encontrarse hallarás una estrella: un milagro de
gracia. Los enfermos se levantarán, curados ya de sus pensamientos
enfermizos. Los ciegos podrán ver y los sordos oír. Los afligidos
abandonarán su duelo, y sus lágrimas de dolor se secarán cuando la risa
de felicidad venga a bendecir al mundo. Repite el
Nombre de Dios y todo nombre nimio deja de tener significado. Ante el
Nombre de Dios, toda tentación se vuelve algo indeseable y sin nombre.
Repite Su Nombre, y verás cuán fácilmente te olvidas de los nombres de
todos los Dioses que honrabas, Pues habrán perdido el nombre de Dios que
les otorgabas. Se volverán anónimos y dejarán de ser importantes para
ti, si bien, antes de que dejases que el Nombre de Dios reemplazase a
sus nimios nombres, te postrabas reverente ante ellos llamándolos
Dioses. Repite el
Nombre de Dios e invoca a tu Ser, Cuyo Nombre es el Suyo. Repite Su
Nombre, y todas las cosas insignificantes y sin nombre de la tierra se
ven en su correcta perspectiva. Aquellos que invocan el Nombre de Dios
no pueden confundir lo que no tiene nombre con el Nombre, el pecado con
la gracia, ni los cuerpos con el santo Hijo de Dios. Y si te unes a un
hermano mientras te sientas con él en silencio y repites dentro de tu
mente quieta el Nombre de Dios junto con él, habrás edificado ahí un
altar que se eleva hasta Dios Mismo y hasta Su Hijo. Practica
sólo esto hoy: repite el Nombre de Dios lentamente una y otra vez.
Relega al olvido cualquier otro nombre que no sea el Suyo. No oigas nada
más. Deja que todos tus pensamientos se anclen en Esto. No usaremos
ninguna otra palabra, excepto al principio, cuando repetimos la idea de
hoy una sola vez. Y entonces el Nombre de Dios se convierte en nuestro
único pensamiento, nuestra única palabra, lo único que ocupa nuestras
mentes, nuestro único deseo, el único sonido que tiene significado y el
único Nombre de todo lo que deseamos ver y de todo lo que queremos
considerar nuestro. De esta
manera extendemos una invitación que jamás puede ser rechazada. Y Dios
vendrá, y Él Mismo responderá a ella. No pienses que Él oye las vanas
oraciones de aquellos que lo invocan con nombres de ídolos que el mundo
tiene en gran estima. De esa manera nunca podrán llegar a Él. Dios no
puede oír peticiones que le pidan que no sea Él Mismo o que Su Hijo
reciba otro nombre que no sea el Suyo. Repite el
Nombre de Dios, y lo estarás reconociendo como el único Creador de la
realidad, Y estarás reconociendo asimismo que Su Hijo es parte de Él y
que crea en Su Nombre. Siéntate en silencio y deja que Su Nombre se
convierta en la idea todo abarcadora que absorbe tu mente por completo.
Acalla todo pensamiento excepto éste. Deja que ésta sea la respuesta
para cualquier otro pensamiento, y observa cómo el Nombre de Dios
reemplaza a los miles de nombres que diste a todos tus pensamientos, sin
darte cuenta de que sólo hay un Nombre para todo lo que existe y jamás
existirá. Hoy
puedes alcanzar un estado en el que experimentarás el don de la gracia.
Puedes escaparte de todas las ataduras del mundo, y ofrecerle a éste la
misma liberación que tú has encontrado. Puedes recordar lo que el mundo
olvidó y ofrecerle lo que tú has recordado. Puedes también aceptar el
papel que te corresponde desempeñar en su salvación, así como en la tuya
propia. Y ambas se pueden lograr perfectamente. Recurre
al Nombre de Dios para tu liberación y se te concederá. No se necesita
más oración que ésta, pues encierra dentro de si a todas las demás. Las
palabras son irrelevantes y las peticiones innecesarias cuando el Hijo
de Dios invoca el Nombre de su Padre. Los Pensamientos de su Padre se
vuelven los suyos propios. El Hijo de Dios reivindica su derecho a todo
lo que su Padre le dio, le está dando todavía y le dará eternamente. Lo
invoca para dejar que todas las cosas que creyó haber hecho queden sin
nombre ahora, y en su lugar el santo Nombre de Dios se convierta en el
juicio que él tiene de la intranscendencia de todas ellas. Todo lo insignificante se acalla. Los
pequeños sonidos ahora son inaudibles. Todas las cosas vanas de la
tierra han desaparecido. El universo consiste únicamente en el Hijo de
Dios, que invoca a su Padre. y la Voz de su Padre responde en el santo
Nombre de su Padre. La paz eterna se encuentra en esta eterna y serena
relación, en la que la comunicación transciende con creces todas las
palabras, y, sin embargo, supera en profundidad y altura todo aquello
que las palabras jamás pudiesen comunicar. Queremos experimentar hoy
esta paz en el Nombre de nuestro Padre. Y en Su Nombre se nos concederá.
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