Escuchar en voz Lección 186 Esta es la afirmación que algún día habrá de erradicar
de toda mente todo vestigio de arrogancia. Éste es el pensamiento de la
verdadera humildad, que no te adjudica ninguna otra función, excepto la
que se te ha encomendado. Dicho pensamiento supone tu aceptación del
papel que te fue asignado, sin insistir en que se te asigne otro. No se
detiene a considerar qué papel es el que es adecuado para ti. Tan sólo
reconoce que la Voluntad de Dios se hace tanto en la tierra como en el
Cielo. Une a todas las voluntades de la tierra en el plan celestial para
la salvación del mundo, y les restituye la paz del Cielo. No nos opongamos a nuestra función. No fuimos nosotros
quienes la establecimos. No fue idea nuestra. Se nos han proporcionado
los medios para llevarla a cabo perfectamente. Lo único que se nos pide
es que aceptemos nuestro papel con genuina humildad, y que no neguemos
con un aire de falsa arrogancia que somos dignos de él. Poseemos la
fuerza necesaria para hacer lo que se nos pide llevar a cabo. Nuestras
mentes están perfectamente capacitadas para desempeñar el papel que nos
asignó Uno que nos conoce bien. Mientras no entiendas su significado, puede que la
idea de hoy te parezca muy ardua. Lo único que dice es que tu Padre te
recuerda todavía y te ofrece la perfecta confianza que tiene en ti, Su
Hijo. No te pide que seas diferente de como eres en modo alguno. ¿Que
otra cosa sino esto podría pedir la humildad? ¿Y qué otra cosa sino esto
podría negar la arrogancia? Hoy no dejaremos de cumplir nuestro cometido
con la engañosa excusa de que es un insulto a la modestia. Es el orgullo
el que se niega a responder a la Llamada del Propio Dios. Hoy dejaremos a un lado todo vestigio de falsa
humildad para poder escuchar la Voz de Dios revelarnos lo que desea que
hagamos. No pondremos en duda nuestra capacidad para llevar a cabo la
función que Él nos ofrezca. Sólo estaremos seguros de que Él conoce
nuestras fuerzas, nuestra sabiduría y nuestra santidad. y si Él nos
considera dignos, es que lo somos. Es sólo la arrogancia la que opina de
otra manera. Hay una manera, y sólo una, de liberarse del
encarcelamiento al que te ha llevado tu plan de probar que lo falso es
verdadero. Acepta en lugar de él el plan que tú no trazaste. No juzgues
si eres o no merecedor de él. Si la Voz de Dios te asegura que la
salvación necesita que tú desempeñes tu papel y que la totalidad depende
de ti, ten por seguro que así es. Los arrogantes tienen que aferrarse a
las palabras, temerosos de ir más allá de ellas y de experimentar lo que
podría poner en entredicho su postura. Los humildes, en cambio, son
libres para oír la Voz que les dice lo que son y lo que deben hacer. La arrogancia forja una imagen de ti que no es real.
Ésa es la imagen que se estremece y huye aterrorizada cuando la Voz que
habla por Dios te asegura que posees la fuerza, la sabiduría y la
santidad necesarias para ir más allá de toda imagen. Tú, a diferencia de
la imagen de ti mismo, no eres débil. No eres ignorante ni impotente. El
pecado no puede mancillar la verdad que mora en ti, ni la aflicción
puede acercarse al santo hogar de Dios. Esto es lo que te dice la Voz que habla por Dios. y
según Él te habla, la imagen se estremece e intenta atacar la amenaza
que le resulta desconocida, al sentir que sus cimientos se derrumban.
Abandónala. La salvación del mundo depende de ti, y no de ese pequeño
montón de polvo. ¿Qué podría esa imagen decirle al santo Hijo de Dios?
¿Por qué tiene él que preocuparse por ella en absoluto? Y así hallamos nuestra paz. Aceptaremos la función que
Dios nos encomendó, pues toda ilusión descansa sobre la absurda creencia
de que podemos inventar otra función para nosotros. Los papeles que
nosotros mismos nos hemos auto-otorgado son inestables y parecen oscilar
entre la aflicción y la dicha extática del amor y de amar. Podemos reír
o llorar, recibir el día de buen grado o bien recibirlo con lágrimas.
nuestro propio ser parece cambiar según experimentamos múltiples cambios
en nuestro estado de ánimo, y nuestras emociones nos remontan hacia lo
alto o nos estrellan contra el suelo sumiéndonos en la desolación. ¿Es éste el Hijo de Dios? ¿Habría podido Él crear
semejante inestabilidad y llamarla Su Hijo? Aquel que es inmutable
comparte Sus atributos con Su creación. Ninguna de las imágenes que Su
Hijo aparenta forjar afecta lo que él es. Dichas imágenes revolotean por
su mente como hojas arrastradas por el viento, que forman diseños
fugaces y se desbandan para volverse a agrupar hasta finalmente
dispersarse. O como los espejismos que se ven en el desierto. Estas imágenes insubstanciales desaparecerán y dejarán
tu mente libre y serena cuando aceptes la función que se te ha
encomendado. Las imágenes que fabricas sólo dan lugar a metas
conflictivas, transitorias y vagas, inciertas y ambiguas. ¿Quién podría
mantener un esfuerzo constante o poner todas sus energías y empeño en
metas como éstas? Las funciones que el mundo tiene en gran estima son
tan inciertas, que aún las más sólidas cambian por lo menos diez veces
por hora. ¿Qué se puede esperar de metas como éstas? Como bello contraste, tan seguro como el retorno del
sol cada mañana para disipar la noche, tu verdadera función se perfila
clara e inequívocamente. No hay duda acerca de su validez. Pues procede
de Uno que no conoce el error y Cuya Voz está segura de Sus mensajes.
Éstos nunca cambiarán ni estarán en conflicto. Todos ellos apuntan hacia
un solo objetivo, el cual puedes alcanzar. Puede que tu plan sea
imposible, pero el de Dios jamás puede fracasar porque Él es su Fuente. Haz lo que la Voz de Dios te indique. Y si te pide que
hagas algo que parece imposible, recuerda Quién es el que te lo pide y
quién el que quiere negarse. Luego considera esto: ¿Quién de los dos es
más probable que esté en lo cierto? ¿La Voz que habla por el Creador de
todas las cosas y que las conoce exactamente como son o la distorsionada
imagen de ti mismo, que es inconsistente y está confundida, perpleja e
insegura de todo? No permitas que Su Voz te dirija. Oye en su lugar una
Voz que es inequívoca y que te habla de la función que te encomendó tu
Creador, Quien te recuerda y te exhorta a que te acuerdes de Él ahora. Su dulce Voz llama desde lo conocido a lo que no
conoce. Él quiere consolarte, aunque no conoce el pesar. El quiere hacer
una restitución, si bien goza de absoluta plenitud; Él quiere hacerte un
regalo, si bien sabe que ya lo tienes todo. Él tiene Pensamientos que
satisfacen cualquier necesidad que Su Hijo perciba, si bien Él no las
ve. pues el Amor sólo puede dar, y lo que se da en Su Nombre se
manifiesta en la forma más útil posible en un mundo de formas. Esas son las formas que jamás pueden engañar, ya que proceden de la
Amorfia Misma. El perdón es una forma terrenal de amor, que, como tal,
no tiene forma en el Cielo. No obstante, lo que aquí se necesite, aquí
se concederá. Valiéndote de esta forma puedes desempeñar tu función
incluso aquí, si bien el amor significará mucho más para ti cuando se
haya restaurado en ti el estado de amorfía. La salvación del mundo
depende de ti que puedes perdonar. Ésa es tu función aquí.
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