Escuchar en voz Lección 188 ¿Por qué esperar al Cielo? Los que buscan la luz están
simplemente cubriéndose los ojos. La luz ya está en ellos. La
iluminación es simplemente un reconocimiento, no un cambio. La luz es
algo ajeno al mundo, y tú en quien mora la luz eres asimismo un extraño
aquí. La luz vino contigo desde tu hogar natal, y permaneció contigo,
pues es tuya. Es lo único que trajiste contigo de Aquel que es tu
Fuente. refulge en ti porque ilumina tu hogar, y te conduce de vuelta al
lugar de donde vino y donde finalmente estás en tu hogar. Esta luz no se puede perder, ¿Por qué esperar a
encontrarla en el futuro, o creer que se ha perdido o que nunca existió?
Es tan fácil contemplarla que los argumentos que demuestran que no puede
existir se vuelven irrisorios. ¿Quién podría negar la presencia de lo
que contempla en sí mismo? No es difícil mirar en nuestro interior, pues
ahí nace toda Visión. Lo que se ve, ya sea en sueños o procedente de una
Fuente más verdadera, no es más que una sombra de lo que se ve a través
de la visión interna. Ahí comienza la percepción y ahí termina. No tiene
otra fuente que ésta. La paz de Dios refulge en ti ahora, y desde tu corazón
se extiende por todo el mundo. Se detiene a acariciar cada cosa
viviente, y le deja una bendición que ha de perdurar para siempre. Lo
que da no puede sino ser eterno. Elimina todo pensamiento de lo efímero
y de lo que carece de valor. Renueva todos los corazones fatigados e
ilumina todo lo que ve según pasa de largo. Todos sus dones se le dan a
todo el mundo, y todo el mundo se une para darte las gracias a ti que
das y a ti que has recibido. El resplandor de tu mente le recuerda al mundo lo que
ha olvidado, y éste a su vez, restituye esa memoria en ti. Desde ti la
salvación irradia dones inconmensurables, que se dan y se devuelven, a
ti que das el regalo, Dios Mismo te da las gracias. y la luz que refulge
en ti se vuelve aún más brillante con Su bendición, sumándose así a los
regalos que tienes para ofrecérselos al mundo. La paz de Dios jamás se puede contener. El que la
reconoce dentro de si tiene que darla. y los medios a través de los que
puede hacerlo residen en su entendimiento. Puede perdonar porque
reconoció la verdad en él. La paz de Dios refulge en ti ahora, así como
en toda cosa viviente. En la quietud la paz de Dios se reconoce
universalmente. Pues lo que tu visión interna contempla es tu percepción
del universo. Siéntate en silencio y cierra los ojos. La luz en tu
interior es suficiente. Sólo ella puede concederte el don de la visión.
Ciérrate al mundo exterior, y dale alas a tus pensamientos para que
lleguen hasta la paz que yace dentro de ti. Ellos conocen el camino.
Pues los pensamientos honestos, que no están mancillados por el sueño de
cosas mundanas externas a ti, se convierten en los santos mensajeros de
Dios Mismo. Éstos son los pensamientos que piensas con Él. Ellos
reconocen su hogar y apuntan con absoluta certeza hacia su Fuente, donde
Dios el Padre y el Hijo son uno. La paz de Dios refulge sobre ellos,
pero ellos no pueden sino permanecer contigo también, pues nacieron en
tu mente, tal como tu mente nació en la de Dios. Te conducen de regreso
a la paz, desde donde vinieron con el sólo propósito de recordarte cómo
regresar. Ellos acatan la Voz de tu Padre cuando tú te niegas a
escuchar. y te instan dulcemente a que aceptes Su Palabra acerca de lo
que eres en lugar de fantasías y sombras. Te recuerdan que eres el co-creador
de todas las cosas que viven. Así como la paz de Dios refulge en ti,
refulge también en ellas. El propósito de nuestras prácticas de hoy es
acercarnos a la luz que mora en nosotros. Tomamos rienda de nuestros
pensamientos errantes y dulcemente los conducimos de regreso allí donde
pueden armonizarse con los pensamientos que compartimos con Dios. No
vamos a permitir que sigan descarriados. Dejaremos que la luz que mora
en nuestras mentes los guíe de regreso a su hogar. Los hemos traicionado
al haberles ordenado que se apartasen de nosotros. Pero ahora les
pedimos que regresen y los purificamos de cualquier anhelo extraño o
deseo confuso. Y así, les restituimos la santidad que es su herencia. De esta forma, nuestras mentes quedan restauradas
junto con ellos, y reconocemos que la paz de Dios refulge todavía en
nosotros, y que se extiende desde nosotros hasta todas las cosas
vivientes que comparten nuestra vida. Las perdonamos a todas, y
absolvemos al mundo entero de lo que pensábamos que nos había hecho.
Pues somos nosotros quienes construimos el mundo como queremos que sea.
Ahora elegimos que sea inocente, libre de pecado y receptivo a la
salvación. Y sobre él vertemos nuestra bendición salvadora, según
decimos: La paz de Dios refulge en mi ahora. Que todas las cosas refuljan sobre mi en esa paz, y que yo las
bendiga con la luz que mora en mi.
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