Escuchar en voz Lección 190 El dolor es una perspectiva errónea. Cuando se
experimenta en cualquier forma que sea, es señal de que nos hemos
engañado a nosotros mismos. El dolor no es un hecho en absoluto. Sea
cual sea la forma que adopte, desaparece una vez que se percibe
correctamente. Pues el dolor proclama que Dios es cruel. ¿Cómo podría
entonces ser real en cualquiera de las formas que adopta? El dolor da
testimonio del odio que Dios el Padre le tiene a Su Hijo, de la
pecaminosidad que ve en él y de Su demente deseo de venganza y de
muerte. ¿Es posible acaso dar fe de semejantes proyecciones?
¿Que podrían ser sino falsedades? El dolor no es sino un testigo de los
errores del Hijo con respecto a lo que él cree ser. Es un sueño de una
encarnizada represalia por un crimen que no pudo haberse cometido; por
un ataque contra lo que es completamente inexpugnable. Es una pesadilla
en la que hemos sido abandonados por el Amor Eterno, el cual jamás
habría podido abandonar al Hijo que creó como fruto de Su Amor. El dolor es señal de que las ilusiones reinan en lugar
de la verdad. Demuestra que Dios ha sido negado, confundido con el
miedo, percibido como demente y considerado como un traidor a sí mismo.
Si Dios es real, el dolor no existe. Mas si el dolor es real, entonces
es Dios Quien no existe. Pues a venganza no forma parte del amor. Y el
miedo, negando el amor y valiéndose del dolor para probar que Dios está
muerto, ha demostrado que la muerte ha triunfado sobre la vida. El
cuerpo es el Hijo de Dios, corruptible en la muerte y tan mortal como el
Padre al que ha asesinado. ¡Que la paz ponga fin a semejantes necedades! Ha
llegado el momento de reír de ideas tan absurdas. No es necesario pensar
en ellas como si fuesen crímenes atroces o pecados secretos de graves
consecuencias. ¿Quién sino un loco podría pensar que son la causa de
algo? Su testigo, el dolor, es tan demente como ellas, y no se debe
tener más miedo de él que de las dementes ilusiones a las que ampara, y
que trata de demostrar que no pueden sino seguir siendo verdad. Son únicamente tus pensamientos los que te causan
dolor. Nada externo a tu mente puede herirte o hacerte daño en modo
alguno. No hay causa más allá de ti mismo que pueda abatirse sobre ti y
oprimirte. Nadie, excepto tú mismo, puede afectarte. No hay nada en el
mundo capaz de hacerte enfermar, de entristecerte o de debilitarte. Eres
tú el que tiene el poder de dominar todas las cosas que ves reconociendo
simplemente lo que eres. Conforme percibas su inocuidad, ellas aceptarán
como suya tu santa voluntad. Y lo que antes inspiraba miedo se convierte
ahora en una fuente de inocencia y santidad. Santo hermano mío, piensa en esto por un momento: el
mundo que ves no hace nada. No tiene efectos. No es otra cosa que la
representación de tus pensamientos. y será completamente distinto cuando
elijas cambiar de parecer y decidas que lo que realmente deseas es el
júbilo de Dios. Tu Ser se alza radiante en este santo júbilo, inalterado
e inalterable por siempre jamás. ¿Le negarías a un pequeño rincón de tu
mente su propia herencia y lo conservarías como hospital para el dolor,
como un lugar enfermizo a donde toda cosa viviente tiene que venir
finalmente a morir? Tal vez parezca que el mundo te causa dolor. Sin
embargo, al no tener causa, no tiene el poder de ser la causa de nada.
Al ser un efecto, no puede producir efectos. Al ser una ilusión, es lo
que tú deseas que sea. Tus vanos deseos constituyen sus pesares. Tus
extraños anhelos dan lugar a sus sueños de maldad. Tus pensamientos de
muerte lo envuelven con miedo, mientras que en tu benévolo perdón halla
vida. El dolor es la forma en que se manifiesta el
pensamiento del mal, causando estragos en tu mente santa. El dolor es el
rescate que gustosamente has pagado para no ser libre. En el dolor se le
niega a Dios el Hijo que Él ama. En el dolor el miedo parece triunfar
sobre el amor, y el tiempo reemplazar a la eternidad y al Cielo. Y el
mundo se convierte en un lugar amargo y cruel, donde reina el pesar y
donde los pequeños gozos sucumben ante la embestida del dolor salvaje
que aguarda para trocar toda alegría en sufrimiento. Rinde tus armas, y ven sin defensas al sereno lugar
donde por fin la paz del Cielo envuelve todas las cosas en la quietud.
Abandona todo pensamiento de miedo y de peligro. No permitas que el
ataque entre contigo. Depón la cruel espada del juicio que apuntas
contra tu propio cuello, y deja a un lado las devastadoras acometidas
con las que procuras ocultar tu santidad. Así entenderás que el dolor no existe. Así el júbilo
de Dios se vuelve tuyo. Éste es el día en que te es dado comprender
plenamente la Lección que encierra dentro de si todo el poder de la
salvación: el dolor es una ilusión; el júbilo es real. El dolor es
dormir; el júbilo, despertar. El dolor es un engaño, y sólo el júbilo es
verdad. Por lo tanto, volvemos nuevamente a optar por la única alternativa
que jamás se puede elegir, ya que sólo elegimos entre las ilusiones y la
verdad, entre el dolor y el júbilo, entre el Cielo y el infierno. Que la
gratitud hacia nuestro Maestro invada nuestros corazones, pues somos
libres de elegir nuestro júbilo en vez de dolor, nuestra santidad en vez
de pecado, la paz de Dios en vez de conflicto y la luz del Cielo en
lugar de las tinieblas del mundo.
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