Escuchar en voz Lección 192 La santa Voluntad de tu Padre es que tú lo completes,
y que tu Ser sea Su Hijo sagrado, por siempre puro como Él, creado del
Amor y en él preservado, extendiendo amor y creando en su Nombre, por
siempre uno con Dios y con tu Ser. Mas ¿qué sentido puede tener tal
función en un mundo de envidia, odio y ataque? Tienes, por lo tanto, una función en el mundo de
acuerdo a sus propias normas. Pues, ¿quién podría entender un lenguaje
que está mucho más allá de lo que buenamente puede entender? El perdón
es tu función aquí. No es algo que Dios haya creado, ya que es el medio
por el que se puede erradicar lo que no es verdad. Pues, ¿qué necesidad
tiene el Cielo de perdón? En la tierra, no obstante, tienes necesidad de
los medios que te ayudan a abandonar las ilusiones. La creación aguarda
tu regreso simplemente para ser reconocida, no para ser integra. Lo que la creación es no puede ni siquiera concebirse
en el mundo. No tiene sentido aquí. El perdón es lo que más se le
asemeja aquí en la tierra. Pues al haber nacido en el Cielo, carece de
forma. Dios, sin embargo, creó a Uno con el poder de traducir a formas
lo que no tiene forma en absoluto. Lo que Él hace es forjar sueños, pero
de una clase tan similar al acto de despertar que la luz del día ya
refulge en ellos, y los ojos que ya empiezan a abrirse contemplan los
felices panoramas que esos sueños les ofrecen. El perdón contempla dulcemente todas las cosas que son
desconocidas en el Cielo, las ve desaparecer, y deja al mundo como una
pizarra limpia y sin marcas en la que la Palabra de Dios puede ahora
reemplazar a los absurdos símbolos que antes estaban escritos allí. El
perdón es el medio por el que se supera el miedo a la muerte, pues ésta
deja de ejercer su poderosa atracción y la culpabilidad desaparece. El
perdón permite que el cuerpo sea percibido como lo que es: un simple
recurso de enseñanza del que se prescinde cuando el aprendizaje haya
terminado, pero que es incapaz de efectuar cambio alguno en el que
aprende. La mente no puede cometer errores sin un cuerpo. No
puede pensar que va a morir o ser víctima de ataques despiadados. La ira
se ha vuelto imposible. ¿Dónde está el terror ahora? ¿Qué temores
podrían aún acosar a los que han perdido la fuente de todo ataque, el
núcleo de la angustia y la sede del temor? Sólo el perdón puede liberar
a la mente de la idea de que el cuerpo es su hogar. Sólo el perdón puede
restituir la paz que Dios dispuso para Su santo Hijo. Sólo el perdón
puede persuadir al Hijo a que contemple de nuevo su santidad. Una vez que la ira haya desaparecido, podrás percibir
que a cambio de la visión de Cristo y del don de la vista no se te pidió
sacrificio alguno, y que lo único que ocurrió fue que una mente enferma
y atormentada se liberó de su dolor. ¿Es esto indeseable? ¿Es algo de lo
que hay que tener miedo? ¿O bien es algo que se debe anhelar, recibir
con gratitud y aceptar jubilosamente? somos Uno por lo tanto, no
renunciamos a nada. Y Dios ciertamente nos ha dado todo. No obstante, necesitamos el perdón para percibir que
esto es así. Sin su benévola luz, andamos a tientas en la obscuridad
usando la razón únicamente para justificar nuestra furia y nuestros
ataques. Nuestro entendimiento es tan limitado que aquello que creemos
comprender no es más que confusión nacida del error. Nos encontramos
perdidos en las brumas de sueños cambiantes y pensamientos temibles, con
los ojos herméticamente cerrados para no ver la luz, y las mentes
ocupadas en rendir culto a lo que no está ahí. ¿Quién puede nacer de nuevo en Cristo sino aquel que
ha perdonado a todos los que ve, o en los que piensa o se imagina?
¿Quién que mantenga a otro prisionero puede ser liberado? Un carcelero
no puede ser libre, pues se encuentra atado al que tiene preso. Tiene
que asegurarse de que no escape, y así, pasa su tiempo vigilándolo. Y
los barrotes que mantienen cautivo al preso se convierten en el mundo en
el que su carcelero vive allí con él. Sin embargo, de la liberación del
preso depende que el camino de la libertad quede despejado para los dos. Por lo tanto, no mantengas a nadie prisionero. Libera
en vez de aprisionar, pues de esa manera tú quedas libre. Los pasos a
seguir son muy sencillos. Cada vez que sientas una punzada de cólera,
reconoce que sostienes una espada sobre tu cabeza. Y ésta te atravesará
o no, dependiendo de si eliges estar condenado o ser libre. Así pues,
todo aquel que aparentemente te tienta a sentir ira representa tu
salvador de la prisión de la muerte. Por lo tanto, debes estarle
agradecido en lugar de querer infligirle dolor. Sé misericordioso hoy. El Hijo de Dios es digno de tu misericordia.
Él es quien te pide que aceptes el camino de la libertad ahora. No te
niegues a ello. El Amor que su Padre le profesa te lo profesa a ti
también. Tu única función aquí en la tierra es perdonarlo, para que
puedas volver a aceptarlo como tu Identidad. Él es tal como Dios lo
creó. Y tú eres lo que él es. Perdónale ahora sus pecados y verás que
eres uno con él.
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