Escuchar en voz Lección 197 He aquí el segundo paso que damos en el proceso de
liberar a tu mente de la creencia en una fuerza externa enfrentada a la
tuya. Tratas de ser amable y de perdonar. Pero si no recibes muestras de
gratitud procedentes del exterior y las debidas gracias, tus intenciones
se convierten de nuevo en ataques. Aquel que recibe tus regalos los
tiene que recibir con honor, o de lo contrario, se los quitas. Y así,
consideras que los dones de Dios son, en el mejor de los casos,
préstamos; y en el peor, engaños que te roban tus defensas para
garantizar que cuando Él dé Su golpe de gracia, éste sea mortal. ¡Cuán fácilmente confunden a Dios con la culpabilidad
los que no saben lo que sus pensamientos pueden hacer! Niega tu
fortaleza, y la debilidad se vuelve la salvación para ti. Considérate
cautivo, y los barrotes se vuelven tu hogar. Y no abandonarás la
prisión, ni reivindicarás tu fortaleza mientras creas que la
culpabilidad y la salvación son la misma cosa, y no percibas que la
libertad y la salvación son una, con la fortaleza a su lado, para que
las busques y las reivindiques, y para que sean halladas y reconocidas
plenamente. El mundo no puede sino darte las gracias cuando lo
liberas de tus ilusiones. Mas tú debes darte las gracias a ti mismo
también, pues la liberación del mundo es sólo el reflejo de la tuya
propia. Tu gratitud es todo lo que requieren tus regalos para que se
conviertan en la ofrenda duradera de un corazón agradecido, liberado del
infierno para siempre. ¿Es esto lo que quieres impedir cuando decides
reclamar los regalos que diste porque no fueron honrados? Eres tú quien
debe honrarlos y dar las debidas gracias pues eres tú quien ha recibido
los regalos. ¿Qué importa si otro piensa que tus regalos no tienen
ningún valor? Hay una parte en su mente que se une a la tuya para darte
las gracias. ¿Que importa si tus regalos parecen haber sido un
desperdicio y no haber servido de nada? Se reciben allí donde se dan.
Mediante tu agradecimiento se aceptan universalmente, y el Propio
Corazón de Dios los reconoce con gratitud. ¿Se los quitarías cuando Él
los ha aceptado con tanto agradecimiento? Dios bendice cada regalo que le haces, y todo regalo
se le hace a Él porque sólo te los puedes hacer a ti mismo. y lo que le
pertenece a Dios no puede sino ser Suyo. Pero mientras perdones sólo
para volver a atacar, jamás te darás cuenta de que Sus regalos son
seguros, eternos, inalterables e ilimitados; de que dan perpetuamente,
de que extienden amor y de que incrementan tu interminable júbilo. Retira los regalos que has hecho y pensarás que lo que
se te ha dado a ti se te ha quitado. Mas si aprendes a dejar que el
perdón desvanezca los pecados que crees ver fuera de ti, jamás podrás
pensar que los regalos de Dios son sólo préstamos a corto plazo que Él
te arrebatará de nuevo a la hora de tu muerte. Pues la muerte no tendrá
entonces ningún significado para ti. Y con el fin de esta creencia, el miedo se acaba
también para siempre. Dale gracias a tu Ser por esto, pues Él sólo le
está agradecido a Dios, y se da las gracias a sí mismo por ti. Cristo
aún habrá de venir a todo aquel que vive, pues no hay nadie que no viva
y que no se mueva en Él. Su Ser descansa seguro en Su Padre porque la
Voluntad de Ambos es una. La gratitud que Ambos sienten por todo lo que
han creado es infinita, pues la gratitud sigue siendo parte del amor. Gracias te sean dadas a ti, el santo Hijo de Dios.
Pues tal como fuiste creado, albergas dentro de tu Ser todas las cosas.
Y aún eres tal como Dios te creó. No puedes atenuar la luz de tu
perfección. En tu corazón se encuentra el Corazón de Dios Mismo. Él te
aprecia porque tú eres Él. Eres digno de toda gratitud por razón de lo
que eres. Da gracias según las recibes. No abrigues ningún sentimiento de
ingratitud hacia nadie que complete tu Ser. Y nadie está excluido de ese
Ser. Da gracias por los incontables canales que extienden ese Ser. Todo
lo que haces se le da a Él, Lo único que piensas son Sus Pensamientos,
ya que compartes con Él los santos Pensamientos de Dios. Gánate ahora la
gratitud que te negaste al olvidar la función que Dios te dio. pero
nunca pienses que Él ha dejado de darte las gracias a ti.
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