(36)
Mi santidad envuelve todo lo que veo.
De mi santidad procede la percepción del mundo real. Habiendo perdonado,
ya no me considero culpable. Puedo aceptar la inocencia que es la verdad
con respecto a mí mismo. Cuando veo el mundo con los ojos del
entendimiento, sólo veo su santidad porque lo único que puedo ver son
los pensamientos que tengo acerca de mí mismo.
(37) Mi santidad bendice al mundo.
La percepción de mi santidad no me bendice únicamente a mí. Todas las
personas y todo cuanto veo en su luz comparten la dicha que mi santidad
me brinda. No hay nada que esté excluido de esta dicha porque no hay
nada que no comparta mi santidad. A medida que reconozca mi santidad, la
santidad del mundo se alzará resplandeciente para que todos la vean.
(38) No hay nada que mi santidad no pueda hacer.
El poder curativo de mi santidad es ilimitado porque su poder para
salvar es ilimitado. ¿De qué me tengo que salvar, sino de las ilusiones?
¿Y qué son las ilusiones sino falsas ideas acerca de mí? Mi santidad las
desvanece a todas al afirmar la verdad de lo que soy. En presencia de mi
santidad, la cual comparto con Dios Mismo, todos los ídolos desaparecen.
(39) Mi santidad es mi salvación.
Puesto que mi santidad me absuelve de toda culpa, reconocer mi santidad
es reconocer mi salvación. Es también reconocer la salvación del mundo.
Una vez que haya aceptado mi santidad, nada podrá atemorizarme. Y al no
tener miedo, todos compartirán mi entendimiento, que es el regalo que
Dios me hizo a mí y al mundo.
(40) Soy bendito por ser un Hijo de Dios.
En esto reside mi derecho a lo bueno y sólo a lo bueno. Soy bendito por
ser un Hijo de Dios. Todo lo que es bueno me pertenece porque así lo
dispuso Dios. Por ser Quien soy no puedo sufrir pérdida alguna, ni
privaciones ni dolor. Mi Padre me sustenta, me protege y me dirige en
todo. El cuidado que me prodiga es infinito y eterno. Soy eternamente
bendito por ser Su Hijo.
Primer repaso
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Introducción