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Oí un día, hace poco, una conferencia de un
espiritualista, un yogui hindú. Después de hablar de temas bastante acertados
acerca de la no-realidad del mundo material, de la necesidad de conectar con
nuestro verdadero ser, el Espíritu que realmente somos, pasó a hacer diversas
consideraciones sobre cuál era el camino para llegar a esa parte de nosotros
mismos que está más allá de la conciencia corporal y tridimensional. Y comenzó a
hablar de la necesidad de renunciar al mundo y muy especialmente a la
sexualidad, que debía usarse sólo en el ámbito del matrimonio y con la única
finalidad de la procreación. Y ahí no pude por menos que quedarme perplejo. Otra
vez tenía delante de mí la vieja energía. Una persona espiritual, un yogui, que
volvía a reflejar toda la visión masculinizante de la espiritualidad que nos ha
inundado por miles de años. Lo veía claramente: era un hombre hablando para los
hombres. Lo femenino, de nuevo, volvía a ser la TENTACIÓN. Otra vez la manzana
de Eva.
Todo este mundo ha sido creado por el hombre, o mejor, por la mente masculina,
por el hemisferio izquierdo. Todas las religiones y todos los caminos
espirituales con muy pocas excepciones (el Tantra, algunas vías chamánicas o
místicas como el Sufismo, o en el cristianismo…) han sido concebidos por esa
mente masculina, incluso el yoga.
Lo que ha pasado es claro: la mente masculina, el hemisferio izquierdo,
analítico, conceptual, comienza a “ver” el mundo y se empieza a hacer preguntas
de porqué, de qué es, de quién soy yo. Hasta aquí todo bien…
Y empieza entonces a darse cuenta de que el mundo material no es sólo lo que
hay. Que hay otra realidad aparte y que esa realidad también somos nosotros. Es
más, que esta realidad es una fabricación, reflejo de lo otro, es maya, ilusión,
en el sentido de carente de existencia por sí misma. Y le pone un nombre a esa
otra realidad: le llama Dios, Krisna, Espíritu, etc.
Y ahí comienza la locura. La mente masculina decide que quiere ir a eso que está
más allá, y en su visión parcial y separativista (hemisferio izquierdo), designa
el mundo material como opuesto adonde quiere ir. Por lo tanto, y desde esa
visión de separatividad de una cosa de la otra, comienza ya a fabricar
doctrinas, religiones, vías espirituales. A “canalizar” textos sagrados, en sus
múltiples formas y tradiciones, que, entre grandes dosis también de sabiduría y
de visión de la realidad del universo, de alguna forma siempre confirman su
visión: tienes que rechazar la tierra, apartarte del mundo, para ir hacia Mi (el
Espíritu). Y entonces lo masculino decide cual es la vía: la renuncia, el retiro
de este mundo. Y desde esa decisión, por supuesto, esa mente conceptual del
hemisferio izquierdo, empieza a fabricar ya una serie de normas de
comportamiento, normas morales que condenan (pecado) un lado “en aras” de lo
otro. La demencia (esquizofrenia) del mundo ha comenzado.
Y en esa esquizofrenia recién creada, esa mente de lo masculino se encuentra con
algo que le contradice: lo femenino, y su mayor representante aquí en la tierra,
la mujer. Se encuentra entonces con que, a pesar de toda su lógica dualista de
que la materia es opuesta al espíritu, la materia le atrae poderosamente, y
sobre todo cuando ve esa fuerza de la materia plasmada en la maravillosa energía
y formas femeninas, en la mujer.
Así que, asustada tremendamente por su propia contradicción, esa mente del
hemisferio izquierdo no tiene más remedio que llegar a una conclusión: lo
femenino, y por supuesto la sexualidad, como la fuerza subyacente de atracción,
es la TENTACIÓN, lo que le desvía del camino.
La mujer se convierte entonces en la representante del mal, en la tentación que
puede apartar a esa mente masculina del objetivo que ella misma ha decidido:
escapar del mundo.
Todo este es el esquema que subyace a nuestro mundo, a toda nuestra civilización
humana desde hace miles de años, ya sea en oriente, como en occidente. Es
necesario recordar que, incluso en la India hinduista, la madre del yoga,
antiguamente las mujeres eran quemadas con el marido, si éste moría antes. Era
el hombre el que se “iluminaba”. Era él el que buscaba y tenía derecho a la
iluminación. Ha sido así en todos los lugares de la tierra, en todas las
religiones y vías espirituales, y en muchos sitios, lamentablemente, sabemos que
sigue hoy en día siendo de la misma forma. La mujer siempre fue considerada un
subproducto, muy peligroso, eso sí. Y esto ha sido así en el budismo, en el
hinduismo, en el islam, en el judaísmo, en el cristianismo, y en prácticamente
todas las vías espirituales de los últimos tres mil años. Sólo algunas vías o
grupos dentro de cada camino espiritual o religioso fueron ajenas a este tipo de
demencia. Y por supuesto, perseguidas o marginadas. Y el Tantra fue una de estas
vías.
Lo femenino, y todo lo ligado a la energía femenina, han dado pavor al hombre, a
la mente masculina del hemisferio izquierdo, hasta el punto de llegar a las
aberrantes locuras que conocemos de nuestra historia.
El Tantra se remonta al origen de los tiempos y es, de hecho, el padre del yoga.
Toda la visión actual de la Nueva Era, todo eso que hemos oído innumerables
veces, “que el cielo es igual que la tierra”, “que lo de arriba es igual que lo
de abajo”, “que el microcosmos contiene al macrocosmos”, es ni más ni menos que
la visión del Tantra. La visión actual de la Nueva Era viene como producto y
síntesis de diversas vías de experiencia de la realidad, cuya confluencia se ha
producido, o se tenía que producir inevitablemente en esta era: el Tantra Yoga,
el Budhismo, la Psicología occidental, la ciencia occidental (especialmente la
Física Cuántica) y algunas otras vías místicas como el chamanismo tolteca o el
Sufismo.
El Tantra vio el mundo con la mirada de la unidad: la síntesis del hemisferio
izquierdo y el derecho, lo masculino y lo femenino, reconociendo que lo femenino
es lo que realmente daba el poder, la visión holística, para salir de la locura
de una mente anclada a la visión masculinizante del mundo. Lo femenino, con
todas sus connotaciones, dejó por lo tanto de ser “el peligro”. Todo lo
contrario, lo femenino, se convirtió en la clave, siendo, de hecho, el Tantra
mencionado muchas veces como “la vía del culto a lo femenino”.
Desde la perspectiva del Tantra, no hay “tentación”, ni por supuesto pecado en
el mundo material. Sólo hay niveles de conciencia y de experimentar esa realidad
que es también Dios. Podemos experimentar la materia desde nuestra conciencia
animal (supervivencia, ataque, defensa), desde nuestra conciencia emocional
(culpa, dependencia emocional, posesividad), desde nuestra conciencia mental
humana (mente conceptual y analítica, separatividad, poder de manipular y
controlar), o también podemos experimentar la materia desde nuestra conciencia
espiritual (4º chakra – corazón, unidad). Lo mismo con la sexualidad, como
energía primordial unida a la manifestación del universo. Podemos vivir nuestra
sexualidad desde la conciencia animal y emocional (1º y 2º chakra), desde
nuestra conciencia mental (3er chakra), o llevar nuestra sexualidad hacia la
experiencia de la unión (4º chakra – espiritualidad).
Sólo nuestra ignorancia y temor nos ha hecho, y nos sigue haciendo, ver peligro
en la sexualidad y en la materia, y por supuesto, siempre esa es una visión de
la mente masculina, se manifieste a través de un hombre o de una mujer.
No hay enemigos. No hay ningún lugar a donde ir.
“La Illaha ill’Allah” decía los sufíes. Sólo existe Dios, nada más que Dios.
Dios es todo, materia y espíritu, amor y sexo, cuerpo y alma.
Om Namah Sivaya!
Este artículo apareció publicado hace un tiempo por
Jesús Gómez
(Keshavananda) en la revista "Espacio
Humano".
El presente texto se puede divulgar por cualquier
medio siempre que se haga referencia a la fuente de origen y a su autor.
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