Texto cap31-viii
Elige de nuevo
La
lección que la tentación siempre quiere enseñar, en cualquier forma en que se
presente e independientemente de donde ocurra, es ésta: quiere persuadir al Hijo
de Dios de que él es un cuerpo, nacido dentro de lo que no puede sino morir,
incapaz de librarse de su flaqueza y condenado a lo que el cuerpo le ordene
sentir. El
cuerpo fija los límites de
lo
que el Hijo de Dios puede hacer. El
poder del cuerpo es la única fuerza de la que el Hijo de Dios dispone y el
dominio de éste no puede exceder el reducido alcance del cuerpo. ¿Querrías
seguir siendo eso, si Cristo se te apareciese en toda Su gloria, pidiéndote
solamente esto?:
Elige
de nuevo si quieres ocupar el lugar que te corresponde entre los salvadores del
mundo, o si prefieres quedarte en el infierno y mantener a tus hermanos allí.
Él
ha
venido, y
esto
es
lo
que te está pidiendo.
¿Cómo se
lleva a cabo esa elección? ¡Qué fácil de explicar es esto! Siempre
eliges entre tu debilidad y la fortaleza de Cristo en ti. Y lo que
eliges es lo que crees que es real.
Sólo con que te negases a dejar
que la debilidad guiase tus actos, dejarías de otorgarle poder.
Y
la
luz de Cristo en ti estaría entonces a cargo de todo cuanto hicieses. Pues
habrías llevado tu debilidad ante Él, y, a cambio de ella,
Él
te
habría dado Su fortaleza.
Las
pruebas por las que pasas no son más que lecciones que aún no has aprendido que
vuelven a presentarse de nuevo a fin de que donde antes hiciste una elección
errónea, puedas ahora hacer una mejor y escaparte así del dolor que te ocasionó
lo que elegiste previamente. En toda dificultad, disgusto o
confusión Cristo te llama y te dice con ternura: "Hermano mío, elige de nuevo”.
Él no dejará sin sanar ninguna fuente de dolor, ni dejará en tu
mente ninguna imagen que pueda ocultar a la verdad. Él te liberará
de toda miseria a ti a quien Dios creó como un altar a la dicha. No
te
dejará desconsolado, ni solo en sueños infernales, sino que liberará a tu mente
de todo lo que te impide ver Su faz. Su santidad es la tuya porque
Él es el único Poder que es real en ti. Su fortaleza es la tuya
porque Él es el Ser que Dios creó como Su único Hijo.
Las
imágenes que fabricas no pueden prevalecer contra lo que Dios Mismo quiere que
seas. Por lo tanto, jamás tengas miedo de la tentación, sino
reconócela como lo que es: una oportunidad más para elegir de nuevo, y dejar que
la fortaleza de Cristo impere en toda circunstancia y lugar donde antes habías
erigido una imagen de ti mismo. Pues lo que parece ocultar a la faz de Cristo
es impotente ante Su majestad y desaparece ante Su santa presencia. Los
salvadores del mundo, que ven tal como Él ve, son sencillamente los que eligen
la fortaleza de Cristo en lugar de su propia debilidad, la cual se ve como algo
aparte de Él. Ellos redimirán al mundo, pues están unidos en el
poder de la Voluntad de Dios. Y
lo
que ellos disponen no es sino lo que Él dispone.
Aprende,
pues, el feliz hábito de responder a toda tentación de percibirte a ti mismo
débil y afligido con estas palabras:
Soy
tal como Dios me creó. Su
Hijo no puede sufrir. Y
yo soy Su
Hijo.
De
este modo se invita a la fortaleza de Cristo a que impere y reemplace todas tus
debilidades con la fuerza que procede de Dios, la cual es infalible. Y
de este modo también, los milagros se vuelven algo tan natural como el miedo y
la angustia parecían serlo, antes de que se eligiese la santidad. Pues
con esa elección desaparecen las distinciones falsas; las alternativas ilusorias
se dejan de lado y
no
queda nada que interfiera en la verdad.
Tú eres
tal como
Dios te creó, al igual como también lo es toda cosa viviente que contemplas,
independientemente de las imágenes que veas. Lo que percibes como
enfermedad, dolor, debilidad, sufrimiento y pérdida, no es sino la tentación de
percibirte a ti mismo indefenso y en el infierno. No sucumbas a esta
tentación, y verás desaparecer toda clase de dolor, no importa dónde se
presente, en forma similar a como el sol disipa la neblina. Un
milagro ha venido a sanar al Hijo de Dios y a cerrarle la puerta a sus sueños de
debilidad, allanando así el camino hacia su salvación y liberación. Elige
de nuevo lo que quieres que él sea, recordando que toda elección que hagas
establecerá tu propia identidad tal como la has de ver y como creerás que es.
No me
niegues el pequeño regalo que te pido, cuando a cambio de ello pongo a tus pies
la paz de Dios y el poder para llevar esa paz a todos los que deambulan por el
mundo solos, inseguros y presos del miedo. Pues se te ha concedido
poder unirte a cada uno de ellos, y, a través del Cristo en ti, apartar el velo
de sus ojos y dejar que contemplen al Cristo en sí mismos.
Hermanos
míos en la salvación, no dejéis de oír mi voz ni de escuchar mis palabras. No os pido nada, excepto vuestra propia liberación. El
infierno no tiene cabida en un mundo cuya hermosura puede todavía llegar a ser
tan deslumbrante y abarcadora que sólo un paso la separa del Cielo. Traigo
a vuestros cansados ojos una visión de un mundo diferente, tan nuevo, depurado y
fresco que os olvidaréis de todo el dolor y miseria que una vez visteis. Mas
tenéis que compartir esta visión con todo aquel que veáis, pues, de lo
contrario, no la contemplaréis. Dar este regalo es la manera de
hacerlo vuestro. Y Dios ordenó, con amorosa bondad, que lo fuese.
¡Alegrémonos de poder caminar por el mundo y de tener tantas oportunidades de
percibir nuevas situaciones donde el regalo de Dios se puede reconocer otra vez
como nuestro! Y
de
esta manera, todo vestigio del infierno, así como los pecados secretos y odios
ocultos, desaparecerán.
Y
toda la hermosura que ocultaban aparecerá ante nuestros ojos cual prados
celestiales, que nos elevarán más allá de los tortuosos senderos por los que
viajábamos antes de que apareciese el Cristo. Oídme, hermanos míos,
oídme y uníos a mí. Dios ha decretado que yo no pueda llamaros en
vano, y en Su certeza, yo descanso en paz. Pues vosotros me
oiréis,
y elegiréis
de nuevo.
Y con esa elección todo el mundo quedará liberado.
Gracias,
Padre, por estos santos seres que son mis hermanos, así como Tus Hijos. La
fe que tengo en ellos es Tu Propia fe. Estoy tan seguro de que
vendrán a mí como Tú estás de lo que ellos son, y de lo que serán eternamente.
Ellos aceptarán el regalo que les ofrezco porque Tú me lo diste para
ellos. Y
así como yo únicamente quiero hacer Tu santa Voluntad, ésa también será su
elección. Te doy gracias por ellos. El
himno de la salvación resonará a través del mundo con cada elección que
cada uno de ellos haga. Pues compartimos
un
mismo propósito, y el fin del infierno está cerca.
Mi mano se extiende en gozosa bienvenida a todo hermano que quiera unirse a mí
para ir más allá de
la
tentación, y mirar con firme determinación hacia la luz que brilla con perfecta
constancia más allá de ella. Dame los míos, pues te pertenecen a
Ti. ¿Y podrías Tú dejar de hacer lo que es Tu Voluntad? Te
doy las gracias por lo que mis hermanos son. Y
según cada uno de ellos elija unirse a mí, el himno de gratitud que se extiende
desde la tierra hasta el Cielo se convertirá, de unas Cuantas notas sueltas, en
un coro todo
abarcador, que brota de un mundo redimido del infierno y que te da
las gracias a Ti.
Y ahora decimos "Amén". Pues
Cristo ha venido a morar al lugar que, en el sosiego de la eternidad, Tú
estableciste para Él desde antes de los orígenes del tiempo. La
jornada llega a su fin, y acaba donde comenzó. No queda ni rastro de
ella. Ya no se le otorga fe a ninguna ilusión, ni queda una sola
mota de oscuridad que pudiese ocultarle a nadie la faz de Cristo. Tu
Voluntad se hace, total y perfectamente, y toda la creación Te reconoce y sabe
que Tú eres la única Fuente que tiene. La Luz, clara como Tú,
irradia desde todo lo que vive y se mueve en Ti. Pues hemos llegado
allí donde todos somos uno, y finalmente estamos en casa, donde Tú quieres que
estemos.
FIN