Para que el acto sexual pueda ser llevado a ese acto de fusión en el corazón que es el amor tántrico, el hombre debe aprender a controlar su compulsividad eyaculatoria. En el Tantra el hombre aprende a no eyacular y a separar eyaculación de orgasmo, dos cosas diferentes, aunque tradicionalmente hayamos aprendido a unirlas. Científicamente eyaculación y orgasmo en el hombre actúan por dos sistemas separados, simpático y parasimpático, lo que le permite a éste, con suficiente práctica, desligarlas y acceder a las capacidades "multiorgásmicas" que, al igual que en la mujer,  también se encuentran en el hombre. El hecho de ausencia de eyaculación en el Tantra, le permite al hombre no descargarse de energía. Siendo la eyaculación un vaciamiento de energía, cuando ésta se evita, todo el organismo del hombre se energetiza, permitiéndole disponer de esa fuente de energía para estar presente y equilibrarse. La práctica de no eyacular le permite al hombre "estar presente" dentro de la mujer. A través de esa "Presencia" amorosa del hombre entregado dentro de la mujer, más allá de sus objetivos y de su compulsividad eyaculatoria, la mujer puede abrir sus puertas internas y acceder a todo el poder de su sexualidad, ausente en la forma normal de hacer el amor, donde el planteamiento "eyaculatorio" del acto, impide a ésta la experiencia de la sensación profunda y del orgasmo interno vaginal y de útero. La presencia amorosa sin objetivos del hombre dentro de la mujer, permite además a ésta tener experiencia del poder masculino entregado, lo que la permite la reconciliación y la integración interna de su propia parte masculina. De igual forma, a través de su entrega desinteresada a lo femenino, el hombre abre su corazón y toma experiencia en él de su propia parte femenina.