Escuchar en voz Lección 140 La palabra "cura" no puede aplicársele a ningún
remedio que el mundo considere beneficioso. Lo que el mundo percibe como
un remedio terapéutico es sólo aquello que hace que el cuerpo se sienta
"mejor". Mas cuando trata de curar a la mente, no la considera como algo
separado del cuerpo, en el que cree que ella existe. Sus medios de
curación, por lo tanto, no pueden sino sustituir una ilusión por otra.
Una creencia en la enfermedad adopta otra forma, y de esta manera el
paciente se percibe ahora sano. Mas no se ha curado. Simplemente soñó que estaba
enfermo y en el sueño encontró una fórmula mágica para restablecerse.
Sin embargo, no ha despertado del sueño, de modo que su mente continúa
en el mismo estado que antes. No ha visto la luz que lo podría despertar
y poner fin a su sueño. ¿Qué importancia tiene en realidad el contenido
de un sueño? Pues o bien uno está dormido o bien despierto. En esto no
hay términos medios. Los dulces sueños que el Espíritu Santo ofrece son
diferentes de los del mundo, donde lo único que uno puede hacer es soñar
que está despierto. Los sueños que el perdón le permite percibir a la
mente no inducen a otra forma de sueño, a fin de que el soñador pueda
soñar otro sueño. Sus sueños felices son los heraldos de que la verdad
ha alboreado en su mente. Te conducen del sueño a un dulce despertar, de
modo que todos los sueños desaparecen. Y así, sanan para toda la
eternidad. La Expiación cura absolutamente, y cura toda clase de
enfermedad. Pues la mente que entiende que la enfermedad no es más que
un sueño no se deja engañar por ninguna de las formas que el sueño pueda
adoptar. Donde no hay culpabilidad no puede haber enfermedad, pues ésta
no es sino otra forma de culpabilidad. La Expiación no cura al enfermo,
pues eso no es curación. Pero sí elimina la culpabilidad que hacía
posible la enfermedad. Y eso es ciertamente curación. Pues ahora la
enfermedad ha desaparecido y no queda nada a lo que pueda regresar. ¡Que la paz sea contigo que has sido curado en Dios y
no en sueños vanos! Pues la curación tiene que proceder de la santidad,
y la santidad no puede encontrarse allí donde se concede valor al
pecado. Dios mora en templos santos. Allí donde ha entrado el pecado se
le obstruye el paso. No obstante, no hay ningún lugar en el que Él no
esté. Por lo tanto, el pecado no tiene un hogar donde poder ocultarse de
Su beneficencia. No hay lugar del que la santidad esté ausente, ni
ninguno donde el pecado y la enfermedad puedan morar. Este es el pensamiento que cura. No hace distinciones
entre una irrealidad y otra. Tampoco trata de curar lo que no está
enfermo, al ser consciente únicamente de dónde hay necesidad de
curación. Esto no es magia. Es simplemente un llamamiento a la verdad,
la cual no puede dejar de curar, y curar para siempre. No es un
pensamiento que juzgue una ilusión por su tamaño, su aparente seriedad o
por nada que esté relacionado con la forma en que se manifiesta.
Sencillamente se concentra en lo que es, y sabe que ninguna ilusión
puede ser real. No tratemos hoy de curar lo que no puede enfermar. La
curación se tiene que buscar allí donde se encuentra, y entonces
aplicarse a lo que está enfermo para que se pueda curar. Ninguno de los
remedios que el mundo suministra puede producir cambio alguno en nada.
La mente que lleva sus ilusiones ante la verdad cambia realmente. No hay
otro cambio que éste. Pues, ¿cómo puede una ilusión diferir de otra sino
en atributos que no tienen sustancia, realidad, núcleo, ni nada que sea
verdaderamente diferente? Lo que hoy nos proponemos es tratar de cambiar de
mentalidad con respecto a lo que constituye la fuente de la enfermedad,
pues lo que buscamos es una cura para todas las ilusiones, y no
meramente alternar entre una y otra. Hoy vamos a tratar de encontrar la
fuente de la curación, la cual se encuentra en nuestras mentes porque
nuestro Padre la ubicó ahí para nosotros. Está tan cerca de nosotros
como nosotros mismos. Está tan cerca de nosotros como nuestros propios
pensamientos, tan próxima que es imposible que se pueda extraviar. Sólo
necesitamos buscarla y la hallaremos. Hoy no nos dejaremos engañar por lo que a nosotros nos
parece que está enfermo. Hoy iremos más allá de las apariencias hasta
llegar a la fuente de la curación, de la que nada está exento. Tendremos
éxito en la medida en que nos demos cuenta de que jamás se puede hacer
una distinción válida entre lo que es falso y lo que es igualmente
falso. En esto no hay grados ni ninguna creencia de que lo que no existe
puede ser más cierto en algunas de sus formas que en otras. Todas las
ilusiones son falsas, y se pueden sanar precisamente porque no son
verdad. Así pues, dejamos a un lado nuestros amuletos,
nuestros talismanes y medicamentos, así como nuestras encantaciones y
trucos mágicos de la clase que sean. Sencillamente permaneceremos en
perfecta quietud a la escucha de la Voz de la curación, la cual curará
todos los males como si de uno solo se tratase y restaurará la cordura
del Hijo de Dios. Ésta es la única Voz que puede curar. Hoy escucharemos
una sola Voz, la cual nos habla de la verdad en la que toda ilusión
acaba, y la paz retorna a la eterna y serena morada de Dios. Nos despertamos oyéndolo a Él, y le permitimos que nos
hable durante cinco minutos al comenzar el día, el cual concluiremos
escuchando de nuevo durante cinco minutos antes de irnos a dormir.
Nuestra única preparación consistirá en dejar a un lado los pensamientos
que constituyen una interferencia, no por separado, sino todos de una
vez. Pues todos son lo mismo. No hace falta hacer distinciones entre
ellos y demorar así el momento en que podamos oír a nuestro Padre
hablarnos. Lo oímos ahora. Hoy venimos a Él. Sin nada en nuestras manos a lo que aferrarnos, y con
el corazón exaltado y la mente atenta, oremos: La salvación es lo único que cura. Háblanos, Padre, para que nos podamos curar. Y sentiremos la salvación cubrirnos con amorosa
protección y con paz tan profunda que ninguna ilusión podría perturbar
nuestras mentes, ni ofrecernos pruebas de que es real. Esto es lo que
aprenderemos hoy. Repetiremos cada hora nuestra plegaria de curación, y
cuando el reloj marque la hora, dedicaremos un minuto a oír la respuesta
a nuestra plegaria, que se nos da según aguardamos felizmente en
silencio. Hoy es el día en que nos llega la curación. Hoy es el día en
que a la separación le llega su fin y en el que recordamos Quién somos
en verdad.
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