¿Qué postula Un Curso de Milagros?
Nada real puede ser amenazado.
Nada irreal existe.
En esto radica la paz de Dios.
Así comienza Un curso de milagros, el cual establece una clara
distinción entre lo real y lo irreal, entre el conocimiento y la percepción.
El conocimiento es la verdad y está regido por una sola ley: la ley del amor
o Dios. La verdad es inalterable, eterna e inequívoca. Es posible no
reconocerla, pero es imposible cambiarla. Esto es así con respecto a todo lo
que Dios creó, y sólo lo que Él creó es real. La verdad está más allá del
aprendizaje porque está más allá del tiempo y de todo proceso. No tiene
opuestos, ni principio ni fin. Simplemente es.
El mundo de la percepción por otra parte, es el mundo del tiempo, de los
cambios, de los comienzos y de los finales. Se basa en interpretaciones, no
en hechos. Es un mundo de nacimientos y muertes, basado en nuestra creencia
en la escasez, en la pérdida, en la separación y en la muerte. Es un mundo que
aprendemos, en vez de algo que se nos da; es selectivo en cuanto al énfasis perceptual, inestable en su modo de operar e inexacto en sus
interpretaciones.
Del conocimiento y de la percepción surgen dos sistemas de
pensamiento distintos que se oponen entre sí en todo. En el ámbito del
conocimiento no existe ningún pensamiento aparte de Dios porque Dios y Su
creación comparten una sola Voluntad. El mundo de la percepción, por otra
parte, se basa en la creencia en opuestos, en voluntades separadas y en el
perpetuo conflicto que existe entre ellas, y entre ellas y Dios. Lo que la
percepción ve y oye parece real porque sólo admite en la conciencia aquello
que concuerda con los deseos del perceptor. Esto da lugar a un mundo de
ilusiones, mundo que es necesario defender sin descanso, precisamente porque
no es real.
Una vez que alguien queda atrapado en el mundo de la percepción,
queda atrapado en un sueño. No puede escapar sin ayuda, porque todo lo que
sus sentidos le muestran da fe de la realidad del sueño. Dios nos ha dado
la Respuesta, el único Medio de escape, el verdadero Ayudante. La función de
Su Voz - Su Espíritu Santo- es mediar entre los dos mundos. El Espíritu
Santo puede hacer eso porque, si bien por una parte conoce la verdad,
reconoce también nuestras ilusiones, aunque no cree en ellas. El objetivo
del Espíritu Santo es ayudarnos a escapar del mundo de los sueños,
enseñándonos cómo cambiar nuestra manera de pensar y cómo corregir nuestros
errores. El perdón es el recurso de aprendizaje excelso que el Espíritu
Santo utiliza para llevar a cabo ese cambio en nuestra manera de pensar. El
Curso, no obstante, ofrece su propia definición de lo que en realidad es el
perdón, así como también de lo que es el mundo.
El mundo que vemos refleja simplemente nuestro marco de referencia interno:
las ideas predominantes, los deseos y las emociones que albergan nuestras
mentes. "La proyección da lugar a la percepción" (Texto, pág. 497). Primero
miramos en nuestro interior y decidimos qué clase de mundo queremos ver;
luego proyectamos ese mundo afuera y hacemos que sea real para nosotros tal
como lo vemos. Hacemos que sea real mediante las interpretaciones que
hacemos de lo que estamos viendo. Si nos valemos de la percepción para
justificar nuestros propios errores, nuestra ira, nuestros impulsos
agresivos, nuestra falta de amor en cualquier forma que se manifieste,
veremos un mundo lleno de maldad, destrucción, malicia, envidia y
desesperación. Tenemos que aprender a perdonar todo esto, no porque al
hacerlo seamos "buenos" o "caritativos", sino porque lo que vemos no es
real. Hemos distorsionado el mundo con nuestras absurdas defensas y, por lo
tanto, estamos viendo lo que no está ahí. A medida que aprendamos a
reconocer nuestros errores de percepción, aprenderemos también a pasarlos
por alto, es decir, a "perdonarlos". Al mismo tiempo nos perdonaremos al
mirar más allá de los conceptos distorsionados que tenemos de nosotros
mismos, y ver el Ser que Dios creó en nosotros, como nosotros.
El pecado se define como "una falta de amor" (Texto pág. 12). Puesto que lo
único que existe es el amor, para el Espíritu Santo el pecado no es otra
cosa que un error que necesita corrección, en vez de algo perverso que
merece castigo. Nuestra sensación de ser inadecuados, débiles y de estar
incompletos procede del gran valor que le hemos otorgado al "principio de la
escasez" el cual rige al mundo de las ilusiones. Desde este punto de vista,
buscamos en otros lo que consideramos que nos falta a nosotros. "Amamos" a
otro con el objeto de ver que podemos sacar de él. De hecho, a esto es a lo
que en el mundo de los sueños se le llama amor. No puede haber mayor error
que ése, pues el amor es incapaz de exigir nada.
Sólo las mentes pueden unirse realmente y lo que Dios ha unido, ningún
hombre lo puede desunir (Texto, pág. 396). No obstante, la verdadera unión,
que nunca se perdió, sólo es posible en el nivel de la Mente de Cristo. El
"pequeño yo" procura engrandecerse obteniendo del mundo externo aceptación,
posesiones y "amor". El Ser que Dios creó no necesita nada. Está eternamente
a salvo y es eternamente íntegro, amado y amoroso. Busca compartir en vez de
obtener; extender en vez de proyectar. No tiene necesidades de ninguna clase
y sólo busca unirse a otros que, como él, son conscientes de su propia
abundancia.
Las relaciones especiales que se establecen en el mundo son destructivas,
egoístas e "infantilmente" egocéntricas. Mas si se le entregan al Espíritu
Santo, pueden convertirse en lo más sagrado de la tierra: en los milagros
que señalan el camino de retorno al Cielo. El mundo utiliza las relaciones
especiales como el último recurso en favor de la exclusión y como una prueba
de la realidad de la separación. El Espíritu Santo las transforma en
perfectas lecciones de perdón y las utiliza como un medio para despertarnos
del sueño. Cada una representa una oportunidad de sanar nuestras
percepciones y de corregir nuestros errores. Cada una es una nueva
oportunidad de perdonarnos a nosotros mismos, perdonando a otros. Y cada una
viene a ser una invitación más al Espíritu Santo al recuerdo de Dios.
La percepción es una función del cuerpo y, por lo tanto, supone una
limitación de la conciencia. La percepción ve a través de los ojos del
cuerpo y oye a través de sus oídos. Produce las limitadas reacciones que
éste tiene. El cuerpo aparenta ser, en gran medida, auto-motivado e
independiente, más en realidad sólo responde a las intenciones de la mente.
Si la mente lo utiliza para atacar, sea de la forma que sea, el cuerpo se
convierte en la víctima de la enfermedad, la vejez, y la decrepitud. Si la
mente, en cambio, acepta el propósito del Espíritu Santo, el cuerpo se
convierte en un medio eficaz de comunicación con otros, invulnerable
mientras se le necesite, que luego sencillamente se descarta cuando deja de
ser necesario. De por sí, el cuerpo es neutro, como lo es todo en el mundo
de la percepción. Utilizarlo para los objetivos del ego o para los del
Espíritu Santo depende enteramente de lo que la mente elija.
Lo opuesto a ver con los ojos del cuerpo es la visión de Cristo, la cual
refleja fortaleza en vez de debilidad, unidad en vez de separación y amor en
vez de miedo. Lo opuesto a oír con los oídos del cuerpo es la comunicación a
través de la Voz que habla en favor de Dios, el Espíritu Santo, el cual mora
en cada uno de nosotros. Su Voz nos parece distante y difícil de oír porque
el ego, que habla en favor del yo falso y separado, parece hablar a voz en
grito. Sin embargo, es todo lo contrario. El Espíritu Santo habla con una
claridad inequívoca y ejerce una atracción irresistible. Nadie puede ser
sordo a Sus mensajes de liberación y esperanza, a no ser que elija
identificarse con el cuerpo, ni nadie puede dejar de aceptar jubilosamente
la visión de Cristo a cambio de la miserable imagen que tiene de sí mismo.
La visión de Cristo es el don del Espíritu Santo, la alternativa que Dios
nos ha dado contra la ilusión de la separación y la creencia en la realidad
del pecado, la culpabilidad y la muerte. Es la única corrección para todos
los errores de percepción: la reconciliación de los aparentes opuestos en
los que se basa este mundo. Su benévola luz muestra todas las cosas desde
otro punto de vista, reflejando el sistema de pensamiento que resulta del
conocimiento y haciendo que el retorno a Dios no sólo sea posible, sino
inevitable. Lo que antes se consideraba una injusticia que alguien cometió
contra otro, se convierte ahora en una petición de ayuda y de unión. El
pecado, la enfermedad y el ataque se consideran ahora percepciones falsas
que claman por el remedio que procede de la ternura y del amor. Las defensas
se abandonan porque donde no hay ataque no hay necesidad de ellas. Las
necesidades de nuestros hermanos se vuelven las nuestras, porque son
nuestros compañeros en la jornada de regreso a Dios. Sin nosotros, ellos
perderían el rumbo. Sin ellos, nosotros jamás podríamos encontrar el
nuestro.
El perdón es algo desconocido en el Cielo, donde es inconcebible que se
pudiese necesitar. En este mundo, no obstante, el perdón es una corrección
necesaria para todos los errores que hemos cometido. Perdonar a otros es la
única manera en que nosotros mismos podemos ser perdonados, ya que refleja
la ley celestial según la cual dar es lo mismo que recibir. El Cielo es el
estado natural de todos los Hijos de Dios tal como Él los creó. Ésa es su
realidad eternamente, la cual no ha cambiado porque nos hayamos olvidado de
ella.
El perdón es el medio que nos permitirá recordar. Mediante el perdón
cambiamos la manera de pensar del mundo. El mundo perdonado se convierte en
el umbral del Cielo, porque mediante su misericordia podemos finalmente
perdonarnos a nosotros mismos. Al no mantener a nadie prisionero de la
culpabilidad nos liberamos. Al reconocer a Cristo en todos nuestros
hermanos, reconocemos Su Presencia en nosotros mismos. Al olvidar todas
nuestras percepciones erróneas, y al no permitir que nada del pasado nos
detenga, podemos recordar a Dios. El aprendizaje no nos puede llevar más
allá. Cuando estemos listos, Dios Mismo dará el último paso que nos
conducirá de regreso a Él.